lunes, 11 de abril de 2016

Puerto Rico necesita una tregua / Reynaldo R. Alegría *

Por años hemos discutido los problemas de Puerto Rico. Hemos usado los mejores recursos y estudiosos del país y del exterior para determinar las razones que explican nuestros problemas: el desempleo, la pobreza, el turismo, la estructura gubernamental, el déficit, el desarrollo, la conservación del medio ambiente, la reducción de los abastos de agua, la seguridad alimentaria, la criminalidad, el discrimen. 

Tenemos décadas de estudios, planes y propuestas, pero no hemos tenido la voluntad de implantar las soluciones. Cada cuatro años volvemos al mismo punto de partida. Cada cuatro años, los que entran a gobernar tratan de destruir lo que los otros hicieron. Siéntese hoy con los programas de los partidos políticos de las últimas décadas y verá que, en general, todos están de acuerdo con los mismos problemas y con muchas de sus soluciones.

Decir que la solución a la crisis fiscal inmediata que sufrimos es la estadidad o la independencia o el Estado Libre Asociado mejorado o culminado podrá sonar bien políticamente para que algunos saquen a votar a la gente en sus primarias, pero en la práctica no es real y raya en el irrespeto al pueblo. El país necesita soluciones realistas e inmediatas, líderes con la voluntad para actuar por el bien común, no particular y no partidista. El próximo Gobernador de Puerto Rico no puede poner de excusa para su incumplimiento el que le faltan las herramientas para hacer las cosas, que como no somos estado o independientes no podemos poner la casa en orden y dirigir al país hacia el desarrollo.

Hay que ponerle un freno al debate estéril. He escuchado a David Bernier hablar del concepto de la tregua –que en su caso le viene del olimpismo– esa promesa de paz cuando las guerras se suspendían temporeramente y los competidores iban a medirse en la mítica Olimpia para luego regresar a sus hogares en paz.

El enemigo principal de nuestro pueblo para emprender la ruta correcta es el fanatismo, pues imposibilita la unidad y diezma nuestra capacidad para adelantar la causa suprema de su bienestar. Una tregua en el partidismo político no supone dejar de pensar como cada cual piensa, es colocar un bien superior, Puerto Rico, por sobre las diferencias particulares, interesadas e individuales. La tregua tampoco supone el inmovilismo, sino el cese de aquello que nos impide evolucionar. Se trata del entendimiento que nos permita superar nuestros problemas sin postergar

 el discutir y atender oportunamente asuntos fundamentales, como el status político. Dramático como pueda sonar, tenemos que asegurar la subsistencia del país garantizando unos mínimos de calidad de vida; nada debe tener más prioridad en este momento que atender la realidad fiscal de Puerto Rico y para eso se requiere dejar a un lado las estrategias políticas.

Sin embargo, como he escuchado a David Bernier decir, la forma es tan importante como el contenido, pues una buena idea que no se promueve de forma adecuada no avanza. Terminado el proceso primarista de junio esperamos presenciar múltiples debates que nos permitan escuchar a los candidatos, sus ideas y la forma en que proponen hacer las cosas. David Bernier se orienta a buscar resultados evitando distraerse con los ruidos del entorno, acostumbrado a lograr mucho con poco él apuesta a los resultados. Por eso no le quita el sueño reconocer las buenas ideas de los demás.

Pero el grito estridente de la política tiene que dar paso a la reflexión, las tumbacocos tienen que bajar su volumen para que podamos hablar y escucharnos.   Los partidos políticos, como los conocemos hoy, no son viables para la mayor parte de los puertorriqueños. Mientras no revolquemos los partidos políticos y esa reforma profunda y moral llegue hasta el tuétano de los huesos de cada una de sus estructuras y de sus prácticas, continuaremos teniendo la misma batalla entre hermanos, la misma corrupción que saquea nuestro patrimonio, la misma cosa, cada cuatro años. Y de eso, estamos cansados. Esta guerra fratricida tiene que terminar.

Para movernos hacia adelante, Puerto Rico necesita una tregua.

(*)  Abogado y escritor


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