Tenemos una
idea demasiado tradicional de lo que es una guerra mundial, pero en
un mundo en donde la economía lo es todo y lo
mueve todo, una guerra comercial entre dos potencias como
China y Estados Unidos nos puede hacer mucho daño a todos, aunque no
haya sangre. Los bombardeos apenas han comenzado, pero la guerra
ya ha sido declarada.
Las medidas proteccionistas tomadas por los gobiernos de Donald
Trump y Xi Jinping podrían desatar una reacción en cadena de
consecuencias imprevisibles. Es un conflicto que tiene en vilo
a la economía mundial.
A pesar de todo el Presidente Trump siente debilidad por los
líderes autoritarios y ha expresado sus simpatías por Xi Jinping,
de quien elogió su decisión de perpetuarse en el poder mediante
una reforma constitucional.
DAÑOS COLATERALES
En las peleas entre elefantes, la que más sufre es la hierba que hay
debajo de ellos, por lo que las víctimas colaterales que nos
perjudicamos con esta guerra somos el resto de los países del mundo,
ya que las medidas proteccionistas entre ambas potencias pueden
desatar una reacción en cadena de consecuencias imprevisibles, y
retrasar reinicio del sistema financiero cuántico QFS
del que tanto hemos hablado.
Esto es un desastre como el de las Torres
Gemelas aunque no sean tan espectacular. La Bolsa
se resiente, y las industrias afectadas en cada lado del Pacífico
contienen el aliento, aunque las consecuencias del enfrentamiento de
las dos mayores economías del mundo son globales.
Un conflicto de alto nivel parece lejano por ahora, y esto se debe a
que China viene respondiendo con cierta cautela siguiendo la típica
prudencia china de Confucio. La verdadera amenaza sería que se
decidiera a actuar con fuerza, lo cual podría desatar un efecto
dominó.
Que no se llegue al punto de una
guerra de aranceles a escala mundial,
no significa que las tensiones comerciales que se están registrando
sean inocuas. Por el contrario, las consecuencias de que continúen
el ruido, las acusaciones y algunas medidas aisladas pueden ser muy
negativas.
Hace unas semanas, en su giro
proteccionista, el
Presidente Trump llegó a
anunciar aranceles al acero de socios como la Unión Europa, Canadá
y Méjico,
aunque luego los eximió. Como
represalia, la Unión
Europea, por ejemplo, estaba
dispuesta a imponer aranceles sobre las motocicletas
Harley-Davidson, el whisky Bourbon y los pantalones
vaqueros Levi’s.
GUERRA COMERCIAL
Una guerra comercial es un posible resultado del
proteccionismo. Describe una situación en la que los países toman
represalias contra un país que impone barreras comerciales como
aranceles y cuotas de importación. Esto podría dar inicio a una
cadena de respuestas de “ojo por ojo, diente por diente” que
aumentan las tensiones mundiales. Pero el problema del “ojo por
ojo” es que al final todos nos quedamos tuertos.
La guerra económica entre China y Estados Unidos es un conflicto
comercial iniciado en marzo de 2018, después de un anuncio
realizado por el Presidente Trump, consistente en la intención de
imponer aranceles de 50.000 millones de dólares a 1.300
productos chinos, argumentando un supuesto historial de
prácticas desleales de comercio y de robo de la
propiedad intelectual.
El objetivo es proteger a la industria nacional apoyando a los
fabricantes estadounidenses de acero y aluminio. La esperanza es que
a medida que el acero y el aluminio de otros países se vuelven más
caros, debido a los nuevos impuestos, más empresas recurrirán a los
fabricantes estadounidenses de acero y aluminio para satisfacer la
demanda.
En represalia, el gobierno de la República Popular China impuso
aranceles a más de 128 productos estadounidenses, incluyendo en
particular la soja, una de las principales exportaciones de
Estados Unidos a China.
Un arancel es un impuesto o tributo que el gobierno asigna a una
clase de bienes importados (los aranceles sobre las exportaciones
son muy raros). En teoría, esto hace que los productos
extranjeros sean más caros y, por lo tanto, menos deseables para los
consumidores, impulsando a los fabricantes nacionales del producto,
que no tienen que pagar el impuesto.
EE.UU. es el segundo mayor exportador del mundo pero su
déficit comercial alcanzó los 556.000 millones de dólares
en 2017, el máximo desde 2008. China está detrás del grueso de
este desfase, con 375.200 millones, y aprovecha unas reglas de juego
que Washington no ve justas.
GUERRA PERDIDA
“No estamos en una guerra comercial con China; esa
guerra se perdió hace muchos años por las
personas tontas o incompetentes que representaban a EE.UU.”,
dijo Trump en Twitter. “Ahora tenemos un déficit comercial de
500.000 millones al año, con robo de propiedad intelectual de
300.000 millones. ¡No podemos permitir que continúe!”,
agregó.
“China es un enemigo económico y se aprovechó de nosotros como
nadie en la historia. Es el mayor ladrón del mundo. Se
llevó nuestros empleos,” decía Donald Trump en una
entrevista con “Good Morning America”, el 3 de noviembre
de 2015.
Por
su parte,
el portavoz del Ministerio de Exteriores Chino,
Geng Shuang
dijo
que “ningún
intento de poner a China de rodillas a través de amenazas e
intimidación nunca ha tenido éxito en la historia,
y tampoco lo tendrá en esta ocasión”. China, dijo, está
dispuesta a dialogar en materia comercial, “pero la oportunidad
de consultas y negociación ha sido omitida por EE.UU. una y otra
vez.”
Si China toma represalias, podría centrarse en la electrónica de
consumo, lo que perjudicaría a Apple, o a los
semiconductores, lo que a su vez perjudicaría a los fabricantes de
chips estadounidenses como Qualcomm e Intel.
SIGNOS DE ESPERANZA
Mientras las autoridades estadounidenses acusan a China de obligar a
las empresas a transferir sus tecnologías, las empresas del país
norteamericano desean seguir cooperando con China y el
crecimiento de sus inversiones comprueba esta suposición. El
viceministro de comercio de China, Wang Shouwen, comunicó que
la afluencia de capital en China procedente de EE.UU. aumentó un
65% en el primer trimestre del 2019.
Varias fuentes cercanas a las negociaciones, confirmaron a los medios
occidentales de que las partes alcanzaron un gran progreso en la
resolución de casi todos los problemas. EE.UU. ha suavizado la
demanda de que China reduzca los subsidios industriales, como
condición para lograr un acuerdo comercial, después de una fuerte
resistencia de Pekín. EE.UU. suaviza su posición para no dejar
que las negociaciones lleguen a un callejón sin salida.
Actualmente, en un ambiente de concesiones mutuas, está cada vez
más claro el futuro del acuerdo. Además, hay avances en otro
tema controvertido de las negociaciones comerciales: la creación de
un mecanismo para vigilar la implementación de los acuerdos.
INVERSIONES
Distintas empresas extranjeras están listas para invertir sus
recursos en China. El fabricante alemán de automóviles BMW
lanzó la producción de la versión eléctrica del todo terreno
X3.
La empresa surcoreana LG planea invertir más de mil millones
de dólares en China para ampliar en 2020 dos plantas especializadas
en la producción de acumuladores para vehículos eléctricos.
La empresa estadounidense Tesla espera completar la
construcción de su planta en Shanghai en tres o cuatro meses,
mientras que la petrolera ExxonMobil firmó un contrato que
prevé organizar suministros de gas natural licuado por un
plazo de veinte años. Esperemos por lo tanto que
los empresarios arreglen lo que no son capaces de arreglar los
políticos.
(*) Periodista español