domingo, 15 de julio de 2018

Los «criptohippies», a la conquista de Puerto Rico


SAN JUAN.- «¡Vamos a cambiar el mundo!», se gritan extasiados dos jóvenes, las caras sudadas, los ojos brillantes, a altas horas de la noche una galería de arte en San Juan. Se acaban de conocer en una fiesta que celebra la llegada de una nueva criptomoneda, Good Money. Pero comparten la epifanía de que el dinero –mejor dicho, el nuevo dinero digital– puede ser bueno y mejorar la sociedad, relata un enviado especial de Abc, de Madrid. 

Incluso recuperar a un país devastado por un huracán, como Puerto Rico, que todavía tiene las heridas abiertas por «María», que destrozó la isla en septiembre del año pasado. Es uno de los muchos eventos relacionados con «blockchain» y las divisas digitales que se han celebrado en lo que va de año en la capital de Puerto Rico, convertida a su vez en la capital de la incipiente «criptoutopía» que quieren construir algunos de los nuevos millonarios surgidos con el «boom» de esta tecnología.
No muy lejos de allí, en el hotel Vanderbilt (en la imagen), uno de los más lujosos frente al mar Caribe, se celebra una conferencia sobre las oportunidades que las criptomonedas y la tecnología blockchain suponen para la isla. La fauna en el vestíbulo es heterogénea: expertos en tecnología con pinta de jugadores de rol, tiburones de Wall Street bronceados, burócratas isleños y jóvenes inversores que parecen recién salidos de Burning Man, con bigotes, colgantes, ropas étnicas, tatuajes y mirada idealista.

Pierce, el moisés

Algunos están de paso, en busca de oportunidades de negocio, establecer contactos y empaparse de las últimas tendencias. Otros aseguran que han venido a quedarse para construir una sociedad nueva con la promesa libertaria de las criptomonedas: descentralización, transparencia, accesibilidad.
El «moisés» del movimiento es Brock Pierce. Fue actor en su infancia, pero no tardó en cambiar los platós por las inversiones tecnológicas. Apostó pronto por las criptomonedas e hizo una fortuna enorme. 
Con sombrero de ala ancha, chaleco de cuero y tintineo de abalorios aterrizó en diciembre en Puerto Rico con el objetivo de montar una nueva sociedad apoyada en la tecnología blockchain y con sabor «new age».
 Un artículo de «The New York Times» describía la corte de inversores que le había seguido, a mitad de camino entre el culto mesiánico y la oportunidad de negocio. Pierce ejecutaba rituales –se introducía en el tronco de un árbol, besaba los pies a un anciano, bendecía un cristal en el agua– mientras hablaba de comprar terrenos para levantar su sueño. 
En un primer momento, alquiló junto a otros inversores The Monastery, un pequeño hotel en medio del Viejo San Juan, cerca de donde aparcan los cruceros del Caribe, y lo convirtió en el centro de sus operaciones.
Para muchos, el verdadero motivo que ha provocado la marea de millonarios es más mundano de lo que aparenta el discurso de Pierce y sus seguidores: impuestos. El pegamento que une a un encorbatado de Wall Street, un «burner» de Los Ángeles y a un millonario de Silicon Valley es rebajar al máximo la factura fiscal. 
Puerto Rico, que ya era un paraíso natural, se ha convertido en un paraíso fiscal. La reciente normativa ofrece a quienes trasladen su empresa un impuesto de sociedades del 4% –muy por debajo de EE.UU., incluso tras la reforma fiscal de Trump, que lo dejó en el 21%–, del 0% para los dividendos y, lo que es el gran caramelo para los criptomillonarios–, del 0% para ganancias de capital.

La California de los 70

Uno de los inversores establecidos en la isla es Franck Nouyrigat, con varios proyectos con criptomonedas. «Puerto Rico se va a convertir en un lugar increíble para trabajar mientras se disfruta de un estilo de vida atractivo y barato. Como California o Florida en los 70 y 80», explica. Para él, las razones de mudarse a la isla caribeña son tres: «El 0% en impuesto de ganancia de capital, el estilo de vida y que es un lienzo en blanco en el que construir un país 2.0 mientras se ayuda a la economía local».
«Yo no identificaría este sector como algo a lo que darle prioridad», explica Miguel Soto, presidente del Centro para una Nueva Economía, el «think tank» más prestigioso.
«Lo cierto es que se han interesado por Puerto Rico, no sé si por las razones correctas o no. Buscan sitios con bajas contribuciones fiscales y flexibilidad, y quizá se les estén haciendo concesiones que no se haría en otros lugares, hay que tener cuidado con eso», advierte. Sin embargo, reconoce que, en la situación en la que está la isla «no nos podemos dar el lujo de descartar muchas cosas».
Muchos de los criptoinversores aseguran que su presencia ayudará a levantar la economía de la isla, ahogada por la deuda y con los servicios públicos bajo mínimos. La paradoja es que los propios puertorriqueños no pueden disfrutar de las ventajas fiscales que sí tienen los inversores que vienen de fuera.
Eso, unido a la desconexión aparente entre los nuevos criptomillonarios y los problemas de buena parte de Puerto Rico –unos hablan de crear una utopía tecnológica, otros llevan meses sin acceso siquiera a electricidad– ha provocado recelo en la isla, donde algunos hablan de «criptocolonialismo».