OVIEDO.- En el VII Congreso de la Lengua Española celebrado en Puerto Rico no
parece que hayan estado a gran altura el Monarca ni el Cortesano. Según
se desprende de la carta enviada por un lector a La Nueva España, el
Cortesano, de haber seguido toda su vida caminos trillados, jamás pisó
una hierba, lo que le permite ahora pisar alfombras. No sé qué sentido
tienen estos congresos en los que se habla más de novedades electrónicas
que del motivo que los convoca, que es y debe ser la situación de la
lengua española en el mundo, y haberlo celebrado en Puerto Rico es
oportuno, ya que multitudes de puertorriqueños hablan y difunden esa
lengua en el corazón del imperio.
No se trata de que la lengua
española peligre en competencia con el inglés, porque las lenguas no
peligran mientras se utilicen para aquello por lo que existen; otra
cuestión son las lenguas creadas por motivos políticos, y cuyo futuro es
problemático si los intereses políticos dejan de utilizar la baza del
"nacionalismo lingüístico", ya que son lenguas que dependen de la
subvención y de la coacción. El hecho de que la propia lengua española
sea víctima de la competencia de lenguas artificiales y ya se estén
iniciando contra ella pintorescas coacciones como la obligatoriedad de
decir "compañero y compañera", "alumnos y alumnas", para que el lenguaje
no resulte "machista", es una irrelevancia además de ser el colmo de la
ridiculez; pues al tiempo que en algunas provincias españolas se
persigue incluso con multas el uso de la lengua española, ésta forma
parte de las cuatro lenguas "mundiales" o "mayores", junto con el chino,
el hindi y el inglés, con la salvedad, respecto al inglés, de que ésta
se trata en buena parte de los casos de una "lengua adquirida" mientras
que la española es, en la mayoría de ellos, la "lengua materna".
Puerto Rico estuvo a punto de convertirse en una isla angloparlante, lo
que evitó con su esfuerzo e imaginación un paisano de la aldea
riosellana de Trasmonte, el cual, solo con estudios primarios, consiguió
imponer el español como la lengua de Puerto Rico, sin necesidad de
congresos, ni de viajes del Rey, ni de la burocracia del Instituto
Cervantes. Una vez cumplido su objetivo, no recibió el Toison de Oro, ni
siquiera un sillón en la Academia Española de la Lengua. Nos referimos a
Manuel Fernández Juncos, nacido Tresmonte el 11 de diciembre de 1846,
"en un hogar de humildes campesinos", según escribe su biógrafa, M.ª
Eugenia Alonso Mier. Su educación no pudo ser esmerada.
Él mismo, en el
libro "De Puerto Rico a Madrid", rinde un sentido homenaje al "maestrín"
de la escuela de Moro (Ribadesella): "¡Pobre maestrín -escribe
generosamente Fernández Juncos cuando regresa a su aldea convertido en
un indiano culto y de éxito-, yo te perdono los palos que me diste, y
aún los doy por bien recibidos en gracia del bien inmenso que me has
hecho, enseñándome a leer y a escribir!". Con once años, en 1857 embarca
en el velero "Eusebia", en Avilés, en dirección a Puerto Rico, donde
tiene familiares en Vega Baja. A diferencia de otros indianos Fernández
Juncos se inicia en el periodismo y en la política, como hombre del
partido liberal. en 1877, funda el periódico "El Buscapié", de San Juan,
uno de los de mayor tirada e influencia de las Antillas, y más tarde la
"Revista Puertorriqueña", elogiada por Menéndez Pelayo.
Su
actuación política fue considerable como presidente del partido
autonomista histórico y como ministro de Hacienda. Creó la Academia
Antillana de la Lengua y fundó y dirigió la biblioteca municipal de San
Juan. El gobierno español le concedió la gran cruz de Alfonso XII. Pero
en lo que se refiere a la defensa de la lengua española frente a la
inglesa, Fernández Juncos estuvo clamorosamente solo.
El
problema de la supervivencia del español en Puerto Rico no obedecía a
que los Estados Unidos pretendían imponer la lengua inglesa porque
creyeran que la lengua hace la nación o alguna chorrada romántica por el
estilo, porque las verdaderas naciones no pierden el tiempo con
pendejadas, sino a que la Constitución norteamericana proclama la
neutralidad religiosa en la enseñanza, y la enseñanza en Puerto Rico
durante la dominación española era exclusivamente católica. Al no
encontrarse libros de texto acordes con la ordenanza constitucional, la
enseñanza sería en inglés.
Fernández Juncos, en dos meses, redactó
cuatro libros de lectura destinados a las escuelas para que se atuvieran
a la solicitud constitucional, más un "Compendio de moral para las
escuelas" y una antología de textos literarios titulada "Los primeros
pasos en castellano". Le sirvieron para solucionar la cuestión y salir
del paso. No sé si en el Congreso de Puerto Rico se habrán acordado de
este asturiano ilustre. Tal vez sirva de consuelo el elogio de Rafael
Altamira: "Nuestro idioma se ha salvado en Puerto Rico. No lo han
salvado las armas ni la diplomacia, sino el patriotismo inteligente de
un español".
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