sábado, 11 de mayo de 2019

Las amenazas rusas al orden europeo / Anders Aslund *

La actitud de Rusia hacia Occidente se ha modificado de forma radical y ha pasado de la amistad a la hostilidad. Ese giro ha sido especialmente brusco en relación con Europa. Al
mismo tiempo, Rusia ha abandonado las tradicionales reglas de juego internacionales y utiliza ahora instrumentos ilícitos novedosos. Europa puede esperar todo tipo de trucos sucios y debe enfrentarse a esa nueva Rusia delincuente con sus fortalezas, la economía y la apertura. 


En las últimas tres décadas, Rusia ha cambiado con rapidez, en un sentido y en otro. La política exterior de la Rusia de Vladímir Putin se parece difusamente a la de la Unión Soviética de Leonid Brézhnev; sin embargo, en la década de 1990, fue un país muy diferente, abierto y libre. La Rusia de Yeltsin aspiraba a la integración con Occidente. Rusia lo intentó, pero era demasiado grande para sus vecinos europeos, y la Unión Europea no tenía nada que ofrecer.

En un principio, incluso Putin adoptó un punto de vista positivo acerca de la OTAN. En el 2000, declaró: “No veo razón alguna para que no quepa desarrollar más la cooperación entre Rusia y la OTAN”. Ahora bien, como observó Strobe Talbott, antiguo subsecretario de Estado de Estados Unidos: “Rusia quería unirse a Occidente, pero en unos términos que fueran más respetuosos con los intereses y las inquietudes nacionales de Rusia”. Putin obra según una Realpolitik extrema, mientras que Europa insiste en ciertos valores.

La revolución naranja ocurrida en Ucrania en noviembre-diciembre del 2004 hizo que Putin cambiara de actitud con respecto a Occidente. Percibió esos acontecimientos como un ataque a su poder por parte de Estados Unidos y Europa: “Nuestros socios europeos y estadounidenses decidieron respaldar la revolución naranja incluso contra la Constitución”. En un famoso discurso pronunciado en Munich en febrero del 2007, manifestó su sentimiento antiestadounidense: “Somos testigos hoy de un hiperuso no contenido de la fuerza –la fuerza militar– en las relaciones internacionales... Un Estado y, por supuesto, ante todo, Estados Unidos, ha sobrepasado sus límites nacionales en todos los sentidos”.
El comunicado de la cumbre de la OTAN celebrada en Bucarest en abril del 2008 declaró audazmente: “La OTAN saluda las aspiraciones euroatlánticas de Ucrania y Georgia a adherirse a la OTAN. Hemos acordado hoy que esos países se conviertan en miembros de la OTAN”. Aunque la OTAN no hizo nada para hacer creíble ese compromiso, Putin lo percibió como un casus belli.  

En agosto del 2008, Rusia y Georgia combatieron en una guerra de cinco días. Rusia reforzó su dominio sobre las dos regiones autónomas de Abjasia y Osetia del Sur y amplió ligeramente sus territorios. A continuación, reconoció unilateralmente esos pequeños territorios georgianos como estados independientes. La excusa rusa fue que Kosovo se había declarado independiente en febrero del 2008. La guerra con Georgia desató el fervor patriótico en Rusia y disparó la popularidad de Putin hasta un nuevo récord de un 88%, según la empresa demoscópica independiente Levada Center.

El conflicto de Ucrania

En el 2009, la Unión Europea lanzó la Asociación Oriental, dirigida a las seis antiguas repúblicas soviéticas europeas. En el 2013, la Unión Europea se dispuso a firmar acuerdos de Asociación, incluidos acuerdos de Libre Comercio Completo y Profundo, con Ucrania, Moldavia y Georgia. Hasta ese momento, Rusia había considerado la Unión Europea como un irrelevante tigre de papel (a diferencia de la OTAN), pero en junio del 2013 empezó de pronto a percibir esos acuerdos como una amenaza mayor. En septiembre del 2013, Putin convenció al presidente armenio Serzh Sargsián para que abandonara su acuerdo de Asociación con la Unión Europea. A continuación, se centró en Ucrania.

A partir de julio del 2013, Moscú llevó a cabo una intensa política de intimidación contra Ucrania, imponiendo duras sanciones comerciales a los empresarios ucranianos europeístas y presionando al presidente prorruso Víktor Yanukóvich. Después de que el Gobierno de Yanukóvich declarara que no firmaría el acuerdo de Asociación, estallaron en Kiev protestas a gran escala, el euromaidán, igual que en el 2004, en una repetición de la peor pesadilla de Putin; sin embargo, en esa ocasión, Putin estaba preparado.

Ofreció a Yanukóvich gas barato y créditos abundantes en condiciones aparentemente ventajosas. Yanukóvich intentó imponer leyes autoritarias, pero las protestas masivas continuaron. En enero y febrero, Yanukóvich ordenó a las fuerzas especiales de la policía que dispararan contra los manifestantes, tras lo cual hubo un centenar de muertos; sin embargo, la reacción política fue que dos tercios de los parlamentarios ucranianos se volvieron en contra del presidente y lo destituyeron de modo sumario después de que huyera del país el 22 de febrero de 2014, y el Parlamento instaló un nuevo Gobierno democrático.

El 27 de febrero, fuerzas especiales rusas sin identificación tomaron por sorpresa el Parlamento regional de Simferopol, la capital de Crimea, y en el plazo de unos pocos días ocuparon toda la península sin derramamiento alguno de sangre. El 18 de marzo, el Parlamento ruso se anexionó Crimea violando con ello toda una serie de acuerdos interna-cionales. La opinión pública rusa se mostró exultante. De nuevo, un 88% de los rusos respaldó a Putin, según el Leva-da Center.

Dio entonces la impresión de que, por medio de pequeñas guerras victoriosas, Putin había dado con el modo de mantener su popularidad personal y de mantener también a los rusos tranquilos. El truco consistía en lograr que las guerras fueran pequeñas y victoriosas, de forma que Rusia pudiera asumir sus costes. Con ello, Putin esperaba evitar reformas económicas de mercado que interfirieran con su corrupto Gobierno.

Sin embargo, la euforia del Kremlin por la posesión de Crimea llevó a Moscú a un error de precipitación. En abril-mayo del 2014, intentó instigar alzamientos en la mitad meridional y oriental de Ucrania con predominio de la población rusófona, pero fracasó. La revuelta sólo tuvo éxito en algunas partes de las dos regiones más orientales de Donetsk y Lugansk, y exige un gran despliegue permanente de tropas equipadas y dirigidas por militares rusos. Esa guerra no ha sido pequeña ni victoriosa, ni tampoco popular en Rusia.

PIB estancado

Desde el 2009, el PIB ruso permanece casi estancado con un crecimiento medio en torno al 0,5% anual. El Kremlin ya no puede justificar su represión con un aumento del nivel de vida. Los ingresos disponibles reales han caído en un 17% en el quinquenio 2014-2018. Rusia se enfrenta a unos fuertes recortes presupuestarios. El PIB ruso en dólares corrientes es de 1,5 billones aproximadamente, mientras que el de la Unión Europea supera los 20 billones. 

Las guerras de Georgia y Ucrania muestran la nueva dirección de la política exterior rusa, cada vez más audaz o arriesgada. Putin se dedica a edificar su legitimidad sobre la movilización patriótica. El Kremlin ha abandonado las viejas reglas de la guerra. Se adentra en los ámbitos de la ciberguerra (iniciada en Estonia en el 2007) y la manipulación de las redes sociales (con gran éxito en la elección de Trump). También recurre a viejos métodos soviéticos, como la desinformación y los asesinatos. Sin embargo, el método más importante probablemente sea la corrupción de altos funcionarios.

La doctrina Guerásimov

Todas esas tácticas pueden resumirse en la doctrina Guerásimov. Tras el inicio de la guerra con Ucrania, un artículo publicado un año antes por Valeri Guerásimov, el poderoso jefe del Estado Mayor ruso, fue objeto de gran atención. El punto de partida del análisis era que la frontera entre la guerra y la paz se había difuminado, puesto que ya nadie declaraba la guerra. Guerásimov también observaba que “el papel de medios no militares para alcanzar objetivos políticos y estratégicos ha crecido y, en muchos casos, ha superado en eficacia el poder de las armas”. 

Dado que los recursos económicos de Rusia son limitados y el equipo militar caro, Rusia tendrá que librar las guerras en gran medida con medios militares no convencionales. Los enfoques novedosos incluyen el comercio energético, la corrupción, las redes sociales y el sistema judicial. 

Gazprom ha cortado de modo intermitente el gas y elevado de modo desorbitado su precio a los antiguos países comunistas, mientras que ha sido un socio fiable en sus relaciones con los países de Europa occidental. Los dos cortes de suministro llevados a cabo por Gazprom a muchos países europeos en enero del 2006 y enero del 2009 tuvieron el efecto positivo de hacer que la Unión Europea aprobara su tercer paquete energético y la Unión de la Energía, que busca la seguridad del suministro, la diversificación y la comercialización. 

Por desgracia, el proyecto del gasoducto Nord Stream 2, actualmente en construcción, va en contra de esos principios. Un 80% de todo el gas que Rusia suministra a la Unión Europea llegará por un solo sistema de gasoductos a través del mar Báltico hasta Alemania, con el consiguiente peligro para la seguridad del suministro y la competencia de los mercados. La Comisión Europea debería prohibir ese proyecto puesto que viola la política energética de la Unión Europea.

Una cleptocracia autoritaria

La gran diferencia entre el sistema soviético y la Rusia de Putin es que Putin gobierna sobre una cleptocracia autoritaria. Ese sistema de capitalismo mafioso es financieramente sofisticado y está integrado en el sistema financiero global, aunque Rusia no tiene verdaderos derechos de propiedad. En consecuencia, todos los rusos con recursos transfieren sus ahorros al extranjero, donde están seguros. La mayoría de los fondos rusos van a países con un Estado de derecho, compañías anónimas y mercados financieros profundos. 

Las propiedades privadas rusas en el extran-jero ascienden, como mínimo, a 800.000 millones de dólares, algo más de la mitad del PIB del país. Se trata de una ingente cantidad de dinero. Según una conjetura razonable, un tercio de esos fondos pertenecen a Putin y sus amigos. Además, el Kremlin controla las grandes corporaciones estatales y los fondos soberanos rusos.

Con sus ingentes fondos internacionales, el Kremlin ya no compra partidos ni países. En vez de eso, compra a unas pocas personas influyentes de cada país europeo, lo cual es mucho más barato y más efectivo. Para un político europeo uno o dos millones de dólares es mucho dinero, pero no para lo cleptócratas del Kremlin. 

A veces, esas compras son abiertas y legales. Un destacado ejemplo es el antiguo canciller alemán Gerhard Schröder, que se convirtió en presidente del consejo de supervisión de Nord Stream nada más tener que abandonar su cargo. Toomas Ilves, antiguo presidente de Estonia, ha acuñado el término la “schröderización de Europa”. 

Muchos otros relevantes políticos europeos retirados trabajan como miembros de consejos de supervisión o como asesores de compañías estatales rusas. Un ejemplo notorio es el grupo Hapsburg de Paul Manafort, que respaldó al presidente Yanukóvich. En otros casos, grandes empresarios rusos proporcionan sus servicios al Kremlin en el exterior, como hacen de modo destacado Oleg Deripaska en Estados Unidos e Ivan Savvidis en Grecia, pero hay muchos otros.

La UE debe acabar con la “schröderización de Europa”

La Unión Europea debe acabar con todo esto. La mejor forma de hacerlo es mediante la transparencia. En primer lugar, ningún país comunitario debería seguir permitiendo la propiedad anónima. De acuerdo con el cuarto paquete de lucha contra el blanqueo de dinero adoptado por la Unión Europea, esa práctica debería quedar prohibida a finales del 2020. En segundo lugar, todos los políticos europeos de cierta categoría deberían ser obligados a hacer públicos sus bienes e ingresos, como hacen todos los ciudadanos escandinavos desde el siglo XVIII. 

Esas declaraciones deberían ponerse a disposición pública y no estar limitadas, como ocurre en el Parlamento Europeo, a la entrega de un docu-mento a una secretaría que no comprueba ni comenta nada. En tercer lugar, la Unión Europea y todos sus países miembros deberían aprobar una ley de Registro de Agentes Extranjeros como hizo Estados Unidos en 1938 para defenderse de la Alemania nazi, y dicha ley debería hacerse cumplir de modo adecuado.

Los organismos de inteligencia rusos y sus contratistas han demostrado ser muy hábiles en la utilización de las redes sociales para manipular los debates públicos en muchos países. Hay que poner fin a todo eso. Las redes sociales deben asumir su responsabilidad en el control de sus plataformas o, de lo contrario, ser cerradas. La mayor parte del blanqueo de dinero cesó cuando se obligó a los bancos a aplicar el principio del “conocimiento del cliente”. 

Del mismo modo, las redes sociales deberían estar obligadas a realizar un adecuado control de identidad de sus usuarios. Estar obligadas a bloquear los bots y trols anónimos, y a asumir la responsabilidad editorial normal de cualquier publicación. De modo similar, la publicidad política en las redes sociales tiene que regularse, como ocurre en la televisión.

La Rusia de Putin no se preocupa por el Estado de derecho, pero explota el sistema judicial internacional para extender la represión más allá de sus fronteras. Rusia se ha hecho tristemente famosa por su mal uso de Interpol y las notificaciones rojas. Ha emitido al menos siete contra el banquero de inversión Bill Browder, quien ha denunciado las flagrantes violaciones de los derechos humanos en Rusia. 

Browder fue detenido en España en el 2018 a petición de unas autoridades rusas que actúan sin someterse a la ley. La Unión Europea debe poner orden a su relación con la Interpol y las autoridades judiciales rusas. Podría sencillamente abandonar ese organismo y usar sólo Europol, podría censurar a Interpol o no hacer caso sin más de las notificaciones de países como Rusia que no cumplen la ley.

El nuevo conflicto de Europa con Rusia presenta múltiples facetas. El Kremlin lleva a cabo todo tipo de guerras híbridas innovadoras que no llegan a convertirse en una guerra de verdad. La mejor respuesta de la Unión Europea es el máximo de transparencia. La Unión Europea tiene que centrarse en poner fin a la financiación política ilegal, la manipulación de las redes sociales y el mal uso del sistema judicial.



(*) Economista sueco


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